El Sueño Americano

- ¿Y si esperamos otro día? ¿Y si
mejor no nos vamos?
- ¿Por qué? Si son cuates, ya podemos darlo por hecho. Si no se puede, ellos ven cómo. No te imaginas el aprecio que me tiene mi compadre, y bueno, no es mi compadre; así le digo yo. Nos conocemos desde hace un titipuchal de años. Íbamos en la primaria. Luego él se fue al otro lado. Dicen que allá hizo un chingo de lana. - Mariano trató de infundir confianza con sus palabras.
-Es que, a mí la verdad, me da reteharta desconfianza... Imagínate, es todo lo que teníamos, Pedro vendió hasta su carrito y yo, pos pedí prestado para irnos. Luego te pintan las cosas como si fuera de telenovela -Con voz baja y tapándose un poco la boca con la mano, Ceferino cerró su comentario con cierto temor.
- ¡Ya ves lo que dicen de ellos!
El trayecto de Tlaxcala (lugar de reunión para salir) hasta el estado de Sonora es de aproximadamente 2600 km: los lugares con mayor dificultad para eludir las revisiones eran Guadalajara; Sinaloa, además de ser uno de los estados más peligroso por ser ocupado por diferentes grupos de narcos. En cambio, en Sonora se puede contratar sicarios a la vuelta de la esquina por un par de dólares sin importar el tipo de "trabajito".
Seguro, insistió:
- Ah que la burra arisca. Cuando estoy diciendo que se puede, es porque se puede. Además, a ellos no les hacen nada las autoridades -refiriéndose a sus cómplices - Con algo que te traigas, un poquito de lanita y lo de los "paquetes", ya verás, ¡construirás una casota y te comprarás todo lo que vendiste y mucho más!
--No seas pendejo, Ceferino, en cuanto entreguemos los paquetitos, se acabó todo. Depositas el dinero a tú esposa y ya estando allá buscas una chambita, y asunto arreglado, o sino, después te regresas.
Mariano fumaba su cigarrillo, lo tiró al suelo y con su pie apagó la colilla que casi le quemó los dedos, mientras en la penumbra de la noche vio acercarse las siluetas de los otros indocumentados, impetuoso comentó
No paso ni media hora y el camión que los trasladaría hizo acto de presencia junto a dos hombres, el conductor era el pollero y escuetamente saludó a su camarada. El otro sujeto era inmigrante del estado de Oaxaca. Mariano solicitó sus mochilas con el pretexto de revisar que llevarán solo lo necesario. Mientras el chofer daba las indicaciones del viaje nadie de los indocumentados se percató de la siembra.
El traslado hasta la frontera fue sin contratiempos. Los cinco indocumentados iban callados con los ojos llenos de miedo y el cuerpo rígido; apenas se podían mover en el minúsculo espacio que puede haber en un camión repleto de cajas con medicamentos para animales y dos tambos de basura.
El camino se presentó sin contratiempo, demasiado tranquilo para ser normal, nadie los detuvo. Al pasar por San Luis Colorado dejaron la droga en las huertas de cítricos de Summertown, White Wing muy cerca de Phoenix. Nadie preguntó qué eran esos bultos envueltos en papel estraza ni cómo llegaron entre sus cosas. Después tomaron la ruta hacia el desierto de Yuma, en Arizona y a unos cuantos kilómetros las ganas de orinar se hizo más intensa, Bajaron a expulsar sus fétidos desechos sin imaginar que pronto experimentarían el abandono más crudo.
Al principio no les importo caminar toda la noche, descansaron un par de horas y mucho antes de salir el sol reanudaron el pasó sin darse cuenta, que ya estaban perdidos. Las altas temperaturas los hiso detenerse, pues la fuerza de sus piernas poco a poco se iba agotando. El pollero dos días antes los había dejado en pleno desierto con dos galones de agua, prometió que regresaría por ellos, que no había nada de que preocuparse porque solo faltaba un par de kilómetros para alcanzar el sueño americano. Permanecieron largo rato sentado absorto de su desventura. El deseo de beber agua los hizo regresar a su realidad. Ceferino buscó a su hermano Pedro sentado a unos pasos atrás de él, luego preguntó a sus compañeros:
-Esto es el mismísimo infierno. La calor no la soporto. Ya caminamos reteharto. ¿Cuánto falta pa´ que lleguemos?
- ¡Ya merito, ya merito! Contestó Jacinto con voz apagada --insistió, cómo si al volver a repetirlo confirmara que pronto su suerte cambiaría.
-Un poco más y todo será diferente... ¡Será tan diferente!
Ceferino se abrazó a la esperanza de poder cumplir su deseo junto a su familia.
- ¡Híjole! Ni yo lo creo, estar en esa enorme ciudad.
La idea revivió su moribundo esfuerzo, y apresurado comentó: El coyote no viene; qué calor.... ¡Pedro despiértate! ¿Ya no tienes agua?, Pedro te estoy hablando,¿no me escuchas?
El hermano de Ceferino estaba inmóvil, parecía que dormía, nadie se dio cuenta en qué momento dejó de respirar; la temperatura de más de 45o C le dio un color amoratado, el cuerpo de Pedro parecía una berenjena gigante, permanecía inerte. Mariano se acercó al cuerpo y de inmediato expresó:
- No te das cuenta Ceferino, no te escucha, éste cabrón ya se enfrió. Le pasó lo mismo que al compa que venía de Oaxaca. Solo que al otro cabrón le picó un alacrán. Pero a nosotros - replicó indignado-- ¡el pinche coyote nos abandonó! dijo que vendrían por nosotros y ya vamos pa´l tercer día.
- A lo mejor, pasó algo -, respondió Ceferino.
Mariano no pudo reír, solo dibujó una mueca en su rostro y la frustración estalló en su voz
- Entiéndelo de una vez. ¡Así son los desgraciados! Pa´que le buscamos... . Ya nada más quedamos Jacinto, tú y yo. Ésta pinche suerte...!
Ceferino negó el momento:
- No Mariano, ya estaba clariando cuando mi carnal me pidió agua, le di todita la que quedaba. Él es bien fuerte, no se puede morir así, na´mas, tan lejos. Eso es una maldición dicen que cuando alguien muere lejos de su tierra, su alma se queda penando.
Mariano movió el cuerpo de Pedro
-¡Pinche suerte! nacimos jodidos y bien jodidos terminaremos. Un chingo de gente pasa pal otro lado....y sin tanta bronca.
Ceferino volvió a mover el cuerpo tendido en la arena, no quería aceptar la muerte de su hermano y buscó en Jacinto una respuesta de esperanza
-¿Qué estará soñando? está bien jetón... ¿verdad Jacinto, que no está muerto mi hermano?
Jacinto de lejos y en silencio miraba la escena, respondió:
- Mira Ceferino, es el único sueño que tenemos nosotros, es la única esperanza que nos queda, el buscar los dólares; el pensar que pronto las cosas cambiarán. No importa cómo nos venga la jugada, si nos traten bien o mal los gringos, es la única forma que vemos pa´ salir de ésta miseria. No hay trabajo en el pueblo. Ni me daban ganas de ver a mi vieja y a mis dos chamacos cuando llegaba a la casa. Sentía regacho, ahí sentaditos en la puerta, esperaban verme llegar con algo de comida, ¡haber si ahora sí, había conseguido chamba!
Jacinto se acercó a sus compañeros
- Por eso, déjalo seguir soñando Ceferino. Déjalo seguir soñando que pronto llegaremos.
Su voz se perdió entre el intenso calor mientras reanudaba su paso, compasivo comentó:
- Déjeme soñar que no les voy a fallar. Déjenme morir pensando que lo logré, que mi vieja y mis hijos tendrán lo que siempre soñé darle, su casa, sus juguetes, sus zapatos. Déjenme seguir soñando, que la boca se quede seca, que mi cuerpo quede marchito, por falta de agua, por falta de agua Ceferino... pero nunca de intentar vivir mejor, de creer que todo será diferente.
¿Cuánto falta pa´ que lleguemos? -- Ceferino cerró los ojos y pedazos de recuerdos pasaron por su mente.
Mariano, al escuchar a Jacinto sintió un enorme repudio por aquel hombre, por un momento pensó en golpearlo hasta dejarlo inconsciente, en el fondo se veía asimismo, pero la ambición era más grande y ya le había carcomido hasta el alma. Solo él sabía que ya nadie vendría, que sus anhelos valían nada para aquellos que los ven como oportunidad, como mercancía, pues así son llamados entre ellos "las mulas" los que transportan paquetes de droga, después de la entrega su destino era lo de menos. Aquel hombre de antemano sabía que la sentencia ya estaba echada antes de salir de Tlaxcala, solo que ésta vez, a él también lo habían abandonado a su suerte en pleno desierto.